jueves, 5 de enero de 2012

La Amenaza Fantasma




El terrible problema de nuestros días radica en el enfrentamiento de dos principios totalmente excluyentes: el Individualismo y el Colectivismo, estos a su vez, se expresan de manera muy sutil en la peculiar forma en la que nos expresamos; muchas veces sin saberlo, marcamos nuestra adherencia involuntaria a uno de éstos a través de dos pronombres, Yo o Nosotros uno es la voz de la esperanza el otro tal vez sea una terrible amenaza.
Un Individualista afirma que el hombre tiene derechos inalienables que no pueden ser suprimidos por ninguna otra persona, grupo o colectividad, estos anteceden a la creación del Estado, por consiguiente, el hombre existe por su propio derecho y para su propio fin. El individuo, en cuanto se asocia libremente crea los colectivos.
Un Colectivista sostiene la tesis de que el hombre no tiene derechos; que su trabajo, su cuerpo y su personalidad pertenecen al grupo; el colectivo puede hacer de él lo que quiera, de la manera que desee y para cualquier fin que crea conveniente para el bienestar del grupo. El Estado tiene preponderancia con respecto al individuo. Lo que le da sentido al individuo es la pertenencia a determinada colectividad.
El pronombre Yo, es la primera manifestación que poseo, el colectivo me hace parte de determinado grupo. El primero me separa, me aísla; el segundo, me une a categorías que muchas veces desconozco. El primero me da responsabilidad y el segundo me libra de ella.
Cuando Yo soy el protagonista de la sociedad, descubro y genero diversos mecanismos de cooperación, los cuales tienden puentes entre mis semejantes y yo; millones de individuos similares generan y descubren medios, los cuales les permiten obtener fines que a cada momento persiguen. La recompensa que obtendrán vendrá unida a la satisfacción de otra persona a través del servicio y la ejecución de alguna destreza o conocimiento que posea y que sirva para satisfacer su necesidad. Así, sirviendo a los demás obtengo mis medios de subsistencia.
El Estado, entonces, tendrá que protegerme de aquellos que quieran usarme como medio. Tendrá que asegurarme una esfera de acción tan privada que me permita desenvolver de la manera más libre y creativa posible; para así poder contribuir al progreso general desde mi particular individualidad; de este modo en la búsqueda de mi beneficio personal, termino generando un fin social, lejano del que yo esperaba.
Mis acciones, deben estar limitadas, solamente, por la salvaguarda de no afectar la expectativa de otro a obtener los fines que persigue; siempre y cuando, esta se ajuste al derecho y no a la ley, y dado que la ley puede ser cualquier cosa que la mayoría elija, sabemos que el criterio de la “mayoría” no garantiza que una propuesta sea correcta, por esto, para un individualista es un expediente práctico y lo acepta de manera resignada, por que sabe que detrás de ese criterio, existe un sistema que no permitirá que la mayoría aplaste a la minoría. En un sistema individualista la democracia no es igual a la libertad ya que la primera es limitada, no absoluta. De este modo la ley se ajusta al derecho y esta no puede obligarme a ser medio para la obtención de fines ajenos a los que yo persiga, no puede obligarme a ser bueno o solidario, no está en su competencia, no tiene facultades para hacerlo; estas decisiones pertenecen a mi esfera privada que no puede ser carcomida por ninguna norma jurídica. Así un sistema individualista salvaguarda el derecho de las personas a ser diferentes, por eso plantea que el derecho, lejos de ser una invención de alguien en particular o de un grupo específico, es la invención de muchos individuos que lo van generando a través de sus relaciones sociales; y el Estado solamente debe poner por escrito lo que ya está siendo usado y regulado por los mismos componentes de la sociedad. Aquí, cualquier cosa no puede ser Ley ya que está limitada a los derechos inalienables del hombre. Nadie puede decirme que es “lo mejor” para mí y mucho menos obligarme a asumir una conducta que no quiero, esa es potestad mía.
Ahora bien, si Nosotros somos los actores de la sociedad, el Yo pasa a un segundo plano y los protagonistas somos Nosotros; mi individualidad se pierde en el colectivo, dejo de existir y paso a ser parte de un grupo (a veces llamado pueblo), este generalmente se forma por la ejecución o conocimiento de alguna destreza, habilidad o competencia y a veces, por el simple hecho de sentirse diferentes; sucede entonces, que cuando individualmente no puedo conseguir los fines que persigo, el colectivo me ayuda a conseguirlos; y el Estado, tendrá como funciones proteger a esas pequeñas asociaciones y ayudarlas a sobrevivir, usando a hombres como medio para ese fin; es fácil inferir que cuando esto sucede, termino siendo parte de algún grupo que represente mis intereses y que a la vez me permite obtenerlos. Y, el Estado, que debe velar por la igualdad de los ciudadanos ante la ley, termina siendo el encargado de romperla a través de normas, al crear privilegios que satisfagan a los colectivos. El derecho entonces se ajusta a la Ley y terminamos viviendo en un Estado de la Legalidad donde cualquier cosa que sancione la mayoría se convierte en Ley y ¿Qué sucede si no tenemos una mayoría ilustrada o crítica? ¿Qué pasa conmigo si la mayoría quiere imponerme algo que no deseo hacer?
Ahora, Yo soy el medio para que Nosotros podamos desarrollarnos y que entre todos persigamos la felicidad, es decir Nosotros conocemos lo que nos conviene a todos, siempre y en cada momento; el colectivo puede saber y conocer exactamente la mejor manera para que Yo pueda desarrollarme, por eso también creará y diseñará los medios que use, según lo que la mayoría crea más conveniente, bueno o correcto ; pero ¿Cómo se puede realizar esto? la única manera de que se pueda obtener este supuesto “fin social” o “medio social” será por medio del acuerdo de los ciudadanos vía decisiones basadas en la mayoría, así estas aplastan a las minorías y Yo paso a ser un engranaje de Nosotros.
Para un colectivista, el criterio de la mayoría es un sacramento que legitima las decisiones políticas, y que en nombre de esta, convierte cualquier enunciado en norma jurídica aunque esta contravenga cualquier presupuesto sensato, este es el principio fundamental de las dictaduras, de las democracias totalitarias en las que se sacraliza el voto y se santifica la decisión de la mayoría.
Poner su vida en ese sistema es riesgoso, poner la consecución de nuestros fines, el desarrollo y creación de nuestros medios en el criterio del número es catastrófico; ya que ese determinado medio social o fin, termina siendo lo que el gobernante, dictador o caudillo crean. Así se destruye la Libertad, la democracia termina siendo Liberticida en un sistema colectivista donde Nosotros somos lo importante.
El problema a enfrentar se resumirá entre dos maneras de observar al ser humano, si es el todo o si es una parte del engranaje, si existe y es un fin en sí mismo, o si es el medio para el fin de muchos hombres.
Es que ¿el fin justifica los medios? o ¿los medios justifican el fin? , ¿Se puede encasillar en un solo objetivo las preferencias de incontables hombres? ¿Será sensato creer que los colectivos le dan sentido al individuo?, ¿Por qué tengo que relegar mis expectativas y deseos al grupo si yo soy el verdadero protagonista del Mundo?
Nuestra encrucijada, estimado lector, se encuentra entre nuestra ignorancia y nuestro antiguo miedo a ser libres; aunque no lo creamos, necesitamos tiranos, necesitamos a quien echarle la culpa de nuestros errores, nuestra amada libertad no es más que la que tienen los borregos en un corral, cercada y vigilada por un pastor. Es que hay algo que los Latinoamericanos tememos y es la anarquía, no le tememos a ser esclavos y perder la libertad, eso es parte de nuestra cultura, preferimos que alguien ordene y disponga de las cosas como mejor le parezca, a que todos tengamos que involucrarnos en el problema, desde Caracas hasta Buenos Aires pasando por Bogotá y Lima los problemas son los mismos. Hablar en Plural para liberarme de culpa o responsabilidad se ha vuelto parte de nuestro Ideario, y es que nos hemos olvidado que la libertad trae el presupuesto de la responsabilidad atada a sus espaldas, una responsabilidad que se relaciona con el cumplimiento de la ley pero ¿Qué Ley? Aquella que ha nacido de principios donde no se salvaguarda al hombre sino más bien se le convierte en una ficha intercambiable de poder y riqueza, ó aquella que lo protege precisamente de las mayorías que con el uso de la fuerza pueden destruir todo lo que con esfuerzo ha construido.
Ser libre requiere un compromiso que nos hace responder por nuestros actos, pero la doble moral y la confusión imperante en nuestras Américas, nos hace ser súbditos de un Rey cuando tenemos que responder por un deber y, ciudadanos de una República moderna, cuando tenemos que exigir un derecho. Nuestras frágiles instituciones nos hacen temblar cada 5 o 4 años cuando en vez de elegir un presidente, congresista o senador, pareciera que eligiéramos a un monarca absoluto. Nuestra democracia nos da miedo, y es que nosotros queremos ser súbditos y vivir a costa de los demás, no queremos ser libres, ni responsables de nuestra vida y destino; no suponemos ni imaginamos una sociedad donde cada uno de nosotros sea culpable de sus pocos aciertos o de sus muchos fracasos, eso no está en nuestra agenda de vida.
La tensión es grande, elija usted en que bando está; pero hay que ser valientes y decidir, no se puede ser un poco individualista y otro poco colectivista, la batalla esta signada, y tal vez tengamos que ser rebeldes sin piedras, porque la rebeldía no está en tirar piedras para cambiar el mundo, sino en pensar y dar soluciones, rebeldía no es vestir de negro con poses de anarquista, es vestir de colores con la coherencia como bandera, ser un pensador e intelectual sin saco y sin corbata, porque detrás de la facha, también hay cerebro y pensamiento. Seamos valientes para decir a voz en cuello lo que nuestra alma grita en silencio, porque nuestra misión tal vez no sólo sea la de crear un universo de ficción donde todos podemos ser héroes o villanos, tal vez la misión enviada por los dioses a nuestra generación sea la de transformar con la palabra lo que las armas no han podido cambiar, crear los escenarios mentales para las revoluciones interiores del ser humano, que son las que realmente cambian al mundo, tal es nuestra misión, y así nos tocará preferir en estos tiempos, la dulzura de los laureles en vez de la gloria de los trofeos.

Eco. César León Quillas
Universidad de San Marcos - Perú
SENA - Colombia

No hay comentarios: